Después aproveché para dar un paseo por Tambo de Mora, que es un pueblo de pescadores junto al mar. Este pueblo -como tantos otros de por aquí- sufrió aún peores efectos a causa del terremoto, ya que al estar en primera línea de mar, tras el sismo vino un maretazo (una especie ded tsunami) y las aguas violentas del mar embravecido acabaron de destruir lo que aún se mantenía en pie. Estas son imágenes del pueblo en la actualidad.
Todos los pueblos de esta zona tienen estos crucifijos tan típicos, como os comentaba sobre el propio San Matías, con los graciosos recortables que interpretan los pasajes de la Biblia que les dan ese aire tan infantil.
Después di un paseo por el muelle de los pescadores. El pacífico en esta zona del Perú me parece un océano triste y melancólico. A menudo el cielo, que permanece siempre encapotado y plomizo, se confunde con las aguas grises y tranquilas.
En esta costa abundan las gaviotas, los pelícanos y cormoranes. Es territorio de infinitas aves marinas que, igual que los pescadores desde el muelle, permanecen atentas al abundante pescado. Me gusta pararme a ver los vuelos rasos y silenciosos de los pelícanos (nunca antes los había visto en libertad) que suelen ir seguidos de rápidas zambullidas para obtener su festín.
Un pescador local, desde el muelle permanece atento a sus redes.
El bueno de Javier Mercado, compañero fiel de mis experiencias chinchanas, disfrutó mucho enseñándome el muelle, que es donde él lleva a pescar a sus hijos.
Como ya sabéis, a menudo encuentro belleza en las fábricas y las industrias, precisamente por la fealdad intrínseca que conllevan. Sé que puede sonar contradictorio, (y tal vez pensaréis que estoy loca!), pero creo que esta fea fábrica de harina de pescado al pie del mar entristecido está en perfecta armonía con su entorno.