viernes, 29 de agosto de 2008

Los niños y la huaca

Pasaron dos meses y los niños permanecieron todo ese tiempo observándome desde la distancia con miedo y timidez, cada vez que yo me acercaba a ellos salían corriendo entre risas nerviosas y rostros asustados...

De pronto, un buen día, cuando llegué a San Matías en la camioneta salieron todos corriendo detrás del carro gritando y saludando "señorita Lourdes, señorita Lourdes...!!!"

Desde entonces somos inseparables. Los niños y yo, yo y los niños. Les adoro. Un día me los llevé de excursión a la huaca.

Los niños de San Matías camino de la huaca, al fondo del paisaje.







La huaca (o ruina) no es más que un enorme montículo de tierra polvorienta que aparece de la nada en mitad de la chacra. Y para ellos sin embargo, es su mayor atracción. Correr huaca arriba y huaca abajo. Y gritar. Y reir...

Los pequeños exclaman con un entusiasmo que sobrecoge el alma ante cualquier cosa que se mueve en el paisaje: el paso de un carro, un grupo de carneros, un pájaro que vuela cerca...

Las vistas de los campos de mandarina desde la huaca son impresionantes. Allí se respira otro aire. Un aire puro y tranquilo que trae ráfagas de felicidad y paz interior. De la sencillez de estos niños que disfrutan tanto de las cosas pequeñas de la vida aprendo mucho todos los días.










Y disfrutamos de un día apacible, divertido y feliz. Llevé los prismáticos y gaseosas y eso los hizo enloquecer de felicidad. Ellos no conocen la play station, ni los video juegos, ni tienen juguetes con pilas, y tal vez por eso conservan una naturalidad mucho más pura, mucho más rica.





Y las mandarinas... las mandarinas acá son como las pipas, a cada rato alguien llega y te ofrece una mandarina. Y los niños las disfrutan como si fueran golosinas. Corrieron huaca abajo para recoger algunas mandarinas que se habían salido de la chacra (son recintos privados) y las comimos como si se tratará del capricho más dulce...